Bitácora de dolor en la víspera de una tormenta invernal.


La adaptación de los humanos es asombrosa. De las especies. Menos de mis peces; esos se mueren con cambiarles mal el agua de la pecera. O los conejos. Nunca aguantan una mordida de gato. Pero en general muchas especies nos logramos adaptar al inmisericorde universo y sus efectos en nuestro entorno cercano. 

Me adapté al dolor. Ideopático. Ilógico. Irremediable. Indefectible. Incurable. Infinito.

Me adapté y es igual a resignarme. Uno no debe adaptarse si tiene el alma rebelde. 

Camino con el dolor en una secuencia específica de movimientos que nos permita vivir juntos.

Como, con el dolor con una especie de rutina que nos permita comer juntos. Al Dolor y a mi.

El sonido, el olor, la luz, la ropa. Todo duele en una armonía espeluznante.

Un baile de tormentos bien organizado. Me aprendí cada paso. Cada tiempo. Cada espacio.

Me resigné.

Aceptar a veces es lo mismo que dejar de ser para solo estar. Ser un elemento más de un cosmos empecinado en destruir lo que crea.

Resignarse también es aprender a vivir.

Dejar de pelear con la entropía y hacer juego con el caos.

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